Una máquina cardiopulmonar, una máquina de diálisis, una incubadora, un ventilador mecánico y un sistema para recuperación de sangre intraoperatoria comparten una red de cables y tubos transparentes por donde circulan impulsos eléctricos, sangre artificial, solución salina y oxígeno. El funcionamiento integral está calculado para que la circulación sea continúa. Cada dispositivo depende del otro, entre ellos se retroalimentan y entablan una relación directa. Las bombas de fluido generan el pulso, se percibe un ritmo respiratorio y un zumbido (los motores eléctricos) que componen un paisaje sonoro similar al de una fábrica en plena producción.
La artista explica que The inmortal detiene su atención en la dependencia humana de la electrónica y en el deseo de que las máquinas reemplacen órganos vitales. La percepción de la anatomía se ve distorsionada y se acerca al trabajo de la ingeniería biomédica. Hay una visión marcadamente occidental del cuerpo: la mecánica es el vocabulario que prevalece –podría decirse el único– lo cual invierte la visión convencional, enfrenta las lecturas de corte biologicista sobre el comportamiento corporal. Si el desarrollo del ser humano necesita de la tecnología y de otros seres humanos para su evolución, las máquinas, en este caso, se valen de las prestaciones de la tecnología para mantenerse en actividad, se aseguran su propia supervivencia y retiran al ser humano de la escena.
Para Revital Cohen la definición del cuerpo como una máquina, y la capacidad de trasladar sus potencialidades a dispositivos electrónicos, es una clara señal sobre cómo se entiende la vida en el mundo contemporáneo. Los dispositivos utilizados en The inmortal son protagonistas de debates –éticos, sociales y científicos– sobre la implementación de la eutanasia y el valor de la vida. La discusión es profunda. ¿La vida vale por mantenerse a cualquier precio? ¿La vida debe valorarse en tanto la calidad de vida? ¿Es correcto que el ser humano determine el final de una vida? Al mismo tiempo investiga los límites propios del cuerpo: cuando su propia estructura se ve sobrepasada o deteriorada entran en juego agentes externos que sirven como reemplazo. Los límites no son fáciles de definir, a menos que se considere a la tecnología como una extensión propia del cuerpo. O el cuerpo como una tecnología.
La exploración de los dispositivos está ingeniosamente ubicada por fuera del cuerpo humano. Funcionan como seres independientes (partes separadas y reunidas) que resaltan la distancia entre la clásica [¿desactualizada? ¿inexistente?] dicotomía entre orgánico y artificial. La obra, dice la artista, sitúa a la tecnología médica en el siglo XXI y la libera de su función asignada para expandir interpretaciones sociales y artísticas. El montaje permite observar los motores, cada uno de los circuitos electrónicos, las bombas de fluidos, los tubos, las bolsas, las señales audiovisuales y, en especial, la escala y el agotamiento eléctrico de la obra. Mantiene en primer plano las funciones más básicas y primitivas del hardware de precisión. Y en parte deja en evidencia la intención de actualizar los límites de la ingeniería para estirar la duración del cuerpo, conquistar la biología, manipularla y desafiar –o determinar– el límite último: la muerte.
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