Fue en su primer viaje a México, a mediados de 1973. Borges había sido invitado a participar en una serie de mesas redondas para la cadena Televisa junto a Salvador Elizondo, Octavio Paz y Juan José Arreola, entre otros intelectuales mexicanos. Había llegado con tiempo suficiente para recorrer museos y bibliotecas del DF, también estuvo de visita en Teotihuacan –La ciudad de los dioses– siempre acompañado por un grupo de fotógrafos y periodistas que no le perdieron el paso, lo escoltaban desde las primeras horas de la mañana hasta que se despedía, por la noche, en la puerta de su habitación en el Hotel del Parque. Dentro de ese grupo estaba Rogelio Cuéllar, fotógrafo de Revista de revistas, una publicación de tirada generosa que pertenecía al grupo Excelsior. Cuéllar trabajaba con una cámara Pentax que hacía un chasquido particular cuando obturaba, muy sonoro. Borges, que apenas veía algunas siluetas borroneadas, sabía que Cuéllar estaba cerca por el sonido de la cámara. En esos pocos días construyeron algo parecido a una amistad: Borges lo llamaba El duende, y él aprovechaba para acompañarlo a todas partes. Incluso al baño.
Llego el día de las mesas. El Antiguo Colegio de San Ildefonso era un revuelo de admiradores, curiosos y profesores que querían escuchar de rebote lo que se iba a discutir. Temas literarios, obviamente. Borges entró al edificio tomado del brazo de Cuéllar, lo recibieron con honores y le indicaron que en cuanto estuviese listo comenzarían las grabaciones. Quiero hacer pis, le dijo Borges al oído con esa voz gastada. Subieron al segundo piso donde estaba el baño de hombres: extenso y blanco, la fila de mingitorios se duplicaba detrás de los espejos. Cuéllar lo dejó frente al mingitorio del medio y volvió hasta la puerta. Vio el cuadro. Tuvo un momento de duda pero no pudo reprimir el impulso. Borges escuchó el chasquido de la Pentax. Ya el duende está haciendo travesuras, dijo. Se escuchó un segundo chasquido. Qué travieso este duende, volvió a decir con tono burlón. Y un tercer chasquido. No volvieron a hablar del tema. Borges participó en la mesa redonda, recibió aplausos, un título y cientos de agradecimientos. Al día siguiente tomó un avión de regreso a Argentina.

Cuéllar se despidió de Borges en el aeropuerto.
- Oiga maestro ¿Nos vamos a volver a ver?
- Ya veremos duende, ya veremos.
Fui un bruto, pero Borges mantuvo siempre un estupendo sentido del humor, recuerda el fotógrafo.
0 comentarios:
Publicar un comentario