Los últimos treinta años del célebre pintor Francisco de Goya (1746 – 1828) fueron agitados, para él y todo su entorno. Tuvo que convivir con una sordera casi absoluta que le disparaba el humor hacia el último rincón del infierno. Estas complicaciones proyectaron cambios notables en su obra, Goya ingresó en una época creativa plena, políticamente comprometida y estéticamente novedosa. Revolucionó la técnica de luces y sombras e incursionó en temáticas marginales: reclusos de manicomios, canibalismo, asesinatos, etc. Se puede decir que dio el primer paso hacia las vanguardias del siglo XX.
Goya falleció en Burdeos, el 15 de abril de 1828, a los 82 años. Su nieto Mariano y Francisco Javier, su único hijo -tuvo otros cinco pero todos murieron, dato curioso, a los pocos días de ser bautizados-, le hacían compañía. El cuerpo fue enterrado en esa ciudad de acuerdo con las creencias religiosas de la familia. Debajo de una lápida, descansaron sus restos por 90 años.
En 1919, el gobierno español decidió repatriar el cuerpo de Goya para ser inhumado bajo los frescos de la ermita de San Antonio de La Florida, en Madrid. Tamaña sorpresa se llevaron cuando, al desenterrarlo, advirtieron que faltaba el cráneo. La primera hipótesis llevó a las autoridades a pensar en un robo. Al poco tiempo se supo que el mismo Goya donó su cráneo, obviamente en vida y en un pacto secreto, a un frenólogo francés para que lo estudie.
La frenología, vale la aclaración, es una teoría obsoleta que afirmaba que es posible determinar el carácter y los rasgos de la personalidad (por ejemplo tendencias criminales) basándose en la forma de la cabeza. Actualmente, está consideraba una pseudociencia, pero en aquel momento era un tema serio. Al menos así lo creía el genio español.
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Imágenes de Goya
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