Monet: pobreza en estado creativo

Dicen que los mares tranquilos nunca han forjado buenos marineros. Algo parecido puede aplicarse al arte, la vida holgada y la tranquilidad no suelen ser buenas consejeras; por el contrario, los sobresaltos emocionales y económicos casi siempre son el primer motor de una vida creativamente plena. Claude Monet, una de las superestrellas del impresionismo, es un caso puntual. Vivió hasta los 55 años en la extrema miseria, sufrió hambre y frío al punto que intentó suicidarse (falló por poco) cuando ya no podía hacerse cargo de sus hijos. Aun así siempre se guió por su sensibilidad, dispuesto a todo por seguir pintando. Su producción supera las 3500 obras.

Cuentan sus biógrafos que uno de sus grandes amores era la naturaleza. Su ojo estaba tan entrenado para leer la luz de los paisajes que pintaba con seis lienzos al mismo tiempo, trabajaba la misma imagen pero los iba alternando para captar los distintos tonos que sucedían a lo largo del día.

Era pobre, pero el dinero no le quitaba el sueño. El único capital eran sus pinturas y aunque pasaba días sin siquiera un mendrugo de pan, siempre estaba dispuesto a invertir su genio en causas nobles. Como sucedió en otoño de 1891, cuando el municipio de Giverny decidió vender unos álamos que se alzaban en un predio estatal. Monet, que en ese momento estaba trabajando sobre aquellos árboles, pidió al alcalde que no se tale hasta que termine la serie que había comenzado. Nada. Entonces se reunió con el comprador y arregló pagarle con obra las pérdidas por cada día de retraso. Al terminar, Monet apenas pudo quedarse con un cuadro, pero ni se preocupó. El maderero, queda claro, hizo un negocio descomunal.

Actualmente, la serie de álamos pertenece a una colección particular y se encuentra en Estados Unidos. Está valuada en casi 10 millones de euros.

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Imágenes de Claude Monet
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