
El mundo estaba arrodillado a los pies de Miles Davis, su álbum Kind of blue (1959) había propuesto un cambio radical en la forma de hacer jazz. John Coltrane fue uno de los saxofonistas que acompañó a Miles en aquella aventura revolucionaria; podría haberse quedado disfrutando del éxito, su cuarteto durante el primer semestre de 1964 estuvo de gira, Estados Unidos punta a punta. No. Prefirió seguir explorando. En agosto de ese año, ya de vacaciones, aprovechó el nacimiento de su primer hijo, John Jr., para instalarse en su nueva casa de Long island, Nueva York. El segundo piso fue su base de operaciones; cuenta su mujer, Alice Coltrane, que durante cinco días apenas lo vieron bajar dos o tres veces a buscar comida.
“Tengo todo listo. Por primera vez me ha llegado toda la música que quiero grabar”, dijo Coltrane cuando finalmente se reincorporó a su familia y a la vida cotidiana después de una extensa meditación estético-espiritual. El resultado fue A love supreme (1964), su obra máxima. Coltrane conjugó en cuatro movimientos -apenas 33:02 de duración- ritmos africanos y orientales; las nuevas influencias del jazz modal, el free jazz y el bebop; gospel y blues. Y más: A love… es un manifiesto espiritual de la década del 60, momento en que el rock, además de afianzarse definitivamente como un movimiento cultural, comenzaba a girar hacia la experimentación con instrumentos exóticos y a cargarse de significado místico. Coltrane se adelantó conceptualmente a esta corriente, que recién tomaría fuerza para finales de esa década.
“Es cuestión de elegir el momento oportuno. En cualquier arte llega un momento determinado en el que hay ciertas cosas flotando en el aire... un número de gente puede llegar a la misma conclusión haciendo un descubrimiento similar al mismo tiempo”, solía explicar Coltrane. (La cita está tomada del libro A Love Supreme y John Coltrane. La historia de un álbum emblemático, de Ashley Kahn. 2004).
Tres meses después, exactamente el 9 de diciembre, Coltrane junto a su cuarteto, integrado por McCoy Tyner (piano), Jimmy Garrison (bajo) y Elvin Jones (batería), ingresaron al estudio de Rudy Van Gelder, en Englewood Cliffs -Nueva Jersey-. El álbum completo fue grabado en una noche. El eje es un fraseo de bajo de reminiscencias mántricas, que Coltrane aprovecha para superponer con su propia voz las palabras que titulan el disco. El resto, una maravilla que fusiona improvisación y solos magistrales: la demostración que la música para músicos puede perfectamente ir más allá de un reducido grupo de entendidos. Síntesis, virtud y pasión. El saxo de Coltrane -un Selmer Mk VI; boquilla Otto Link Tone Master New York #6- se deslizó entre melodías que todavía son de estudio obligatorio para el jazz contemporáneo.
A love… no se parece a nada de lo que grabó anteriormente, fue un punto de inflexión que abrió paso a la última etapa de su carrera, donde aparecieron discos como Intelestellar space (1967), tan complejos y estridentes que no fueron tomados en serio. Los críticos, muchos de ellos reconocidos jefes de sección en los principales diarios estadounidenses, llegaron a poner en duda el talento de Coltrane. Lo acusaron de emitir sólo ruidos inconexos, entre otras barbaridades.
En 1963, Coltrane opinó en una entrevista que la música no tiene que ser fácil de comprender, es preferible ir acercándose de a poco hasta ingresar por completo. No hablaba de corcheas y fusas sobre el pentagrama. Hablaba de sentir. Sus últimos tres años creativos –Coltrane falleció el 17 de julio de 1967, fulminado por un cáncer hepático- fueron un reflejo preciso de esas palabras. Tal vez su propuesta estaba por fuera de las capacidades perceptivas de aquel momento. Tal vez hoy, casi cincuenta años después, la historia haya permitido reinterpretar su obra. La obra: el contexto. El contexto: la obra. Lo que usted considere, querido lector.
2 comentarios:
felicitaciones a los periodistas de este elefante pixelado. hermosa propuesta.
son fana de coltrane
ja
saludossssssss
Notaza!
Con el disquito sonando
grande agus. altisimo blog este.
Leo Ferro
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