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Alberto Greco

Usted, querido lector, bienvenido nuevamente, podría haberse convertido en una obra de arte si el argentino Alberto Greco (1931 – 1965) hubiera dibujado un círculo de tiza alrededor de sus pies. Y no sólo usted, sino cualquier persona u objeto que él considerara una obra de arte. Un vivo-dito, así la llamaba, una obra conceptual vitalista cargada de humor y sarcasmo que consiste en señalar que algo o alguien es un hecho artístico.

A mediados de 1959, Greco se unió al Movimiento informalista de Buenos Aires. Tres años después se mudó a París, donde se instaló definitivamente. Su primera muestra fue Pablo Curatella y treinta argentinos de la Nueva Generación, allí presentó Treinta ratones de la nueva generación, que consistía en un frasco de cristal con treinta ratones blancos en su interior. La obra apenas duró un día en exposición por el olor desagradable que emanaba. Acto seguido, dio inicio oficialmente a la serie de acciones vivo-dito. Fue el 12 de marzo de 1962, Greco anunció en las calles parisinas la Primera exposición de arte vivo, en la que firmó al escultor argentino Alberto Heredia. Luego llegaron decenas de acciones, tanto en Europa como en Latinoamérica, donde firmó cabezas de ganado, mendigos, vendedores ambulantes, ancianas, lustrabotas, etc. En su gran mayoría, las acciones fueron registradas con una cámara fotográfica.

Ese mismo mes, en el salón Antagonismes 2, l´objet, en el Museo de arte decorativo de París, se expuso a sí mismo con un cartel que decía Alberto Greco, obra de arte fuera de catálogo. Caminó entre los espectadores repartiendo una tarjeta donde se promocionaba a él mismo como un objeto artístico. Greco desarrolló esta acción sin haber sido invitado a exponer.

Fue también en ese año su último viaje a Italia. Durante la inauguración de la Bienal de Venecia lanzó un puñado de ratas a los pies del presidente de la República italiana; en Roma, durante el Concilio ecuménico II, se disfrazó de monja, y en un teatro off participó en la pieza teatral Cristo 63, que la iglesia señaló como ofensiva a los valores cristianos. El gobierno lo obligó a abandonar el país. “El arte vivo busca el objeto pero […] lo deja en su lugar, no lo transforma, no lo mejora, no lo lleva a una galería de arte”, escribió en julio, a modo de Manifiesto Dito dell´ arte vivo.

La mayor obra vivo-dito de Greco es Piedralaves, una pequeña localidad rural española, donde vivió algún tiempo. Señaló que el pueblo completo era una obra de arte; hizo sostener a los habitantes carteles con distintos textos ("Alberto Greco", "Esto es un Alberto Greco" u "Obra de arte señalada por Alberto Greco") y el fotógrafo Montserrat Santamaría se encargó de hacer el registro. Incluso llegó a rebautizar el lugar con el nombre de Villa Grequíssimo.

Cuenta Montserrat: “Era la primera vez que íbamos a Piedralaves. […]. Ahí conocimos a Alberto, fue un encuentro casual. Como se puede ver en las fotos, colaboraba todo el pueblo, desde la señora que sujeta el rollo de papel desde la ventana hasta la viejita que acaba de tender su ropa y se presta con una gran seriedad a colaborar en algo que para ella era lo mas importante que le habían pedido en su vida. Las fotografías han sido tomadas a su pedido. El me dijo: "Montse, voy a hacer unas cosas, me podés sacar unas fotos". [...] Jamás imaginé que esas fotos serían el único documento de algunas de las obras de arte efímero más importantes del siglo XX. [...]”.

Sus acciones son su legado más recordado, aunque nunca se alejó completamente de las telas y el óleo. A la par de sus intervenciones en el espacio público desarrolló dibujos, collages y pinturas que mezclan elementos del art-brut, el dadaísmo y el tachismo (movimiento francés equivalente al informalismo), donde el objetivo era alejarse temática y estéticamente de la pintura clásica. Son obras desesperadas, de potencia anárquica y un marcado sobresalto emocional. Su muestra en la galería Juana Mordó de Madrid, en mayo de 1964, quedó registrada como un hito. Un día antes de la inauguración publicó en el suplemento de clasificados del ABC un aviso pidiendo niños y niñas de tres a nueve años que canten y bailen, vestidos con ropa flamenca. Decenas de niños con sus padres se sumaron al vernissage, que se convirtió en un colorido y delirante espectáculo multitudinario.

Sus últimos dos años de vida fueron de constantes viajes: Madrid, Lisboa, París, Islas Canarias, Buenos Aires, Nueva York y, finalmente, Barcelona, donde en 1965 escribió la novela Besos brujos, un intento de encontrar las artes plásticas y la literatura. Poco después anuncia su muerte, le escribe a todos sus conocidos para avisarles que se va a suicidar en Ciudad Condal. Hay quienes dicen que la decisión surgió por un desengaño amoroso, pero nadie pudo confirmarlo. El punto es que Greco convirtió su muerte en una obra conceptual. Fue el 12 de octubre. Primero ingirió una dosis exagerada de barbitúricos, cuando comenzaron a hacerle efecto escribió en la palma de su mano izquierda la palabra Fin, y sobre la pared Esta es mi mejor obra, entre otras frases poco legibles. Lo encontraron muerto boca abajo, rodeado de lápices y carbonillas. Tenía 34 años.

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Imágenes de Alberto Greco en Piedralaves
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2 comentarios:

26 junio, 2010 Anónimo dijo...

me gusta, me gusta, un loquito más a la lista del elefante roto en pixeles, roto y desquiciado

06 mayo, 2013 Anónimo dijo...


Me parece curioso que se sepan tantos datos de su muerte. Se suicidó en casa de mi madre, en la calle Balmes. Para ella fue un horror.. El frasquito de las pastillas se guardo muchos años..
Andrea.