Un fanático de las montañas rusas siempre quiere y puede más, muchos viajan por el mundo en busca de pendientes y bucles lo más violentos posibles, disfrutan de la sensación de acelerar hasta el límite, desafían la gravedad y la conciencia de su propio cuerpo. Esta experiencia, potenciada al extremo, sostiene el concepto de Euthanasia Coaster (2010) [Montaña rusa para eutanasia o Eutanasia rusa], creada por el artista lituano Julijonas Urbonas. Tal como indica su nombre, se trata de una estructura que replica la dinámica de una montaña rusa, pero imposible de soportar por el cuerpo humano. Quienes eligen experimentar la sensación que ofrece esta obra de arte saben que morirán indefectiblemente durante el trayecto.
El recorrido está meticulosamente calculado. En primera instancia, el carrito se eleva a 510 metros de altura, de allí se desliza más de 500 metros hasta entrar en un sistema de siete bucles preparados para alcanzar una fuerza g de 10 puntos. La aceleración máxima supera los 100 metros por segundo. La longitud de la pista es de 7544 metros. El trayecto duraría un total 3:20 minutos y la exposición a 10 g sería de 60 segundos. Los hipotéticos pasajeros sufrirían hipoxia cerebral -falta de oxígeno en el cerebro-, paulatinamente irían perdiendo la visión, primero dejarían de percibir colores, después perderían la vista periférica y finalmente quedarían completamente ciegos. Por último, pérdida de conciencia y muerte. En ese orden.
El artista explica que Eutanasia coaster le arranca la vida a un ser humano con elegancia y euforia. Es una celebración de los límites. La investigación interdisciplinaria en medicina espacial, ingeniería mecánica, tecnologías de materiales y, por supuesto, física, convierte este viaje fatal en un trayecto agradable, vistoso y con sentido artístico. Él mismo define su obra como una escultura cinética.
El pasajero tendría que subir por su propia voluntad, obviamente, y firmar un papel donde asume que quiere quitarse la vida. Los carritos son individuales. El pasajero iría solo, fuertemente atado y conectado a un sistema electrónico que mide a la distancia sus signos vitales. De a poco sería remolcado hasta el ápice de la pendiente y allí se detendría poco más de dos minutos, no sólo para que revea su decisión, también para que observe el mundo por última vez o evoque algún recuerdo o pronuncie alguna palabra de despedida. En el caso de que se arrepienta el sistema está equipado con un botón que puede presionar para abortar la operatoria. El carrito está diseñado para que suba muy lentamente, así el pasajero se adapta a semejante altura y experimenta la sensación de ver el suelo firme desde la distancia. Es una forma de intensificar el vértigo.
Una vez arriba, si su decisión se mantiene firme, simplemente pulsa el botón “caída” para que comience el viaje: una entrega definitiva hacia los confines más profundos de la fuerza de gravedad. “Como en un abrir y cerrar de ojos se ingresa en el corazón de la montaña, el cuerpo gira alrededor de ese corazón generando una coreografía gravitacional. Piel de gallina, suspensión de la respiración y el vértigo -un conjunto de experiencias que incluye una especie de recinto ferial de la anestesia- que da el preludio para la parte fatal de la cabalgata”, señala irónicamente Urbonas.
Una vez que el pasajero alcanza la velocidad máxima, la fuerza de resistencia del aire es igual de potente que la fuerza de gravedad, por lo tanto la aceleración parece cancelarse. El cuerpo se siente como dentro de una almohada de aire, en ese momento exacto ingresa al primer bucle, la fuerza centrífuga conduce el coche hacia arriba, el pasajero queda clavado literalmente en el asiento ergonómico, la musculatura es presionada con tanta violencia que queda completamente inmovilizada.
Los tejidos del rostro se caen, parece que han envejecido súbitamente, y es muy difícil respirar, las costillas presionan los órganos vitales y los pulmones se endurecen. Es probable que a esa altura el pasajero ya esté inconsciente por la falta de oxígeno, porque la sangre estaría acumulada en la extremidades inferiores del cuerpo. Esa asfixia sería la causante de una muerte inmediata. De todos modos, si el pasajero sobrevive al primer bucle, que puede suceder ya que hay cuerpos más resistentes que otros a la fuerza g, todavía quedarían seis más. Casi nadie sería capaz de soportar el segundo. El circuito está diseñado de tal manera que la fuerza g se mantiene constante a pesar de los cambios en la velocidad, lo que garantiza una muerte sin dolor ni sufrimiento.
“Supuestamente, durante el viaje se producen vívidos y extraños sueños, tales como estar en un laberinto del cual es imposible salir, o estar flotando en un espacio en blanco, sin saber quién es usted ni por qué está allí. Es lógico que sólo podrá contar la anécdota el que sobreviva, pero eso es prácticamente imposible. El seguimiento de los signos vitales existe para saber si es necesario una segunda vuelta. El resultado de la eutanasia está garantizado por la repetición de los siete bucles”, apunta el artista.
Urbonas señala que los procedimientos que se utilizan para practicar la eutanasia -en los países donde está legalizada- son definitivamente hospitalarios, no hay ningún ritual especial, salvo procedimientos jurídicos y la preparación psicológica. Según su punto de vista, parecería que la muerte está separada de la vida cultural occidental y que por este motivo los funerales están desapareciendo como ceremonia de conmemoración. “¿Por qué no hacer no hacer de la eutanasia algo más significativo, no llorar a un difunto, sino más bien diseñar un ritual adaptado al mundo contemporáneo? Los parques de diversiones pueden reemplazar a las iglesias y santuarios, o al menos entender que también pueden producir efectos espirituales. Esto es, por supuesto, para reflexionar”, agrega el artista.
El modelo de la Euthanasia Coaster se expuso en la Galería de la Ciencias de Dublín.
viernes, 9 de marzo de 2012
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