Igual que un péndulo que oscila entre dos puntos, el desarrollo tecnológico -según el artista norteamericano Benjamin Grosser- avanza en base a los cambios sociales, y al mismo tiempo es el motor de esos cambios. Su lectura encuadra en un diálogo multilineal, de notable complejidad, donde el arte desarrolla experiencias para un mundo en constante y aceleradas transformaciones.
Dentro de esta línea de análisis aparece su última creación, The interactive robotic painting machine (2011), un dispositivo que explora la mecánica, la plástica convencional, el sonido y el video para delinear una reflexión sobre los puntos de encuentro entre la sociedad tecno-mediatizada y su proyección interactiva, en la búsqueda de significados artísticos. El sistema de la obra capta el sonido del ambiente mediante un micrófono simple, esas frecuencias son decodificadas como datos digitales que se ordenan a partir de un algoritmo genético. Finalmente, la información recabada se traduce a los movimientos de un pincel que trabaja un lienzo con óleos y acrílicos. La evolución del trabajo es capturada por una cámara y transmitida en una pantalla de gran formato.
El mecanismo está ensamblado sobre tres núcleos interconectados: el software central, que incluye al algoritmo, diseñado de modo tal que no se repitan las obras, el sistema que controla el pincel y el manipulador de bajo nivel, responsable de interpretar los comandos de movimiento del sistema central y accionar los motores paso a paso para conducir al robot en tiempo real.
Grosser apunta que el robot fue construido por la adaptación de un diseño de código abierto CNC, se fabricó y se montó cada componente desde cero, luego se les realizó importantes modificaciones en los sistemas de acción lineal para facilitar el acceso rápido y ganar precisión, además de reducir el consumo de energía. Es fundamental comprender -agrega- que las pinturas no son una asignación directa de lo que se oye. El sistema toma sus propias decisiones a partir de los condicionamientos que recibe. “Mi propuesta es la siguiente: hay que interpretar a este robot como un artista por derecho propio. Es igual, un artista está influenciado por los que ve y por lo que oye. La única diferencia está en los modos de captación. Cualquier entrada se manifiesta en un cambio”.
Debido a su carácter interactivo, The interactive robotic painting machine puede funcionar en distintos contextos, por ejemplo en festivales, galerías o museos. Sólo es necesario un sonido para que entre en acción, por ejemplo la voz directa de los espectadores o el bullicio propio de cualquier espacio público. El próximo paso es incluir la posibilidad de transmitirle a la máquina un juicio de valor sobre cada pintura que genera, así aumentar la cantidad de variables que pone en juego.
Justamente, la versatilidad sonora de la obra permitió la realización de la performance Head Swap (2011), un trabajo colaborativo entre la máquina y el violinista Benjamin Sung, quien interpreta una pieza compuesta por Zack Browning. El músico observa el desarrollo de la pintura y lo utiliza como guía en la intensidad de la partitura que va interpretando. El robot también funciona como un instrumento musical.
El punto de partida de la obra fueron dos preguntas: ¿Una máquina puede reemplazar el trabajo de un artista? ¿En qué difieren la visión artificial de la visión humana, y qué diferencia visible hay su producción artística?. A modo de respuesta, Grosser creó una máquina con vida propia, sobre la investigación de un patrón de comportamiento antropomórfico.
La conexión entre el arte y la sociedad tecno-mediatizada ya había aparecido en tres obras anteriores de su catálogo: Personal Depersonalization System (2011) [Sistema de despersonalización personal], Speed of Reality (2010) [La velocidad de la realidad] y Finding Your Voice (2010) [Encuentra tu voz].
Personal... es una crítica al sistema de indexación que utiliza Google. Visto y considerando que los resultados que arroja el buscador están relacionados con el seguimiento de todos los datos que ingresan desde el ordenador personal, Grosser desarrolló un software de consulta automatizada que altera y mezcla búsquedas falsas para ocultar los verdaderos intereses del usuario.
Por su parte, Speed... es una videoinstalación que cuestiona el modo en que se percibe la realidad a través de una cámara y las estrategias de edición de las imágenes, especialmente las que están relacionadas con programas de estilo reality show o sistemas de televisión cerrados que se emiten por señales de aire. El montaje utiliza el contexto de un living, un televisor y una red de cámaras que toman cada movimiento del espectador. El material audiovisual es editado en tiempo real y proyectado en estilo videoclip, con juegos de zoom, música y cambios de cuadro constantes. Es decir, apela a la espectacularización de una situación cotidiana para generar impacto.
Finalmente, Finding… es también una videoinstalación interactiva, pero en este caso incluye la imagen del espectador cada vez que habla. Mientras se mantiene en silencio, desparece por completo. El sistema está diseñado para que la calidad de su representación se estructure en base al carácter de su discurso. “Podemos decir que en la sociedad contemporánea nuestra forma de hablar afecta el modo en que nos perciben. Y si no tenemos voz, no tenemos espacio. No somos”, dice el artista. Paralelamente, se pregunta si la tecnología va a cambiar la dinámica de la conversación. Es claro que sí -concluye-, el punto es saber dónde van a desembocar las transformaciones. Hay en esta obra un juicio de valor, pero lo interesante es que no es excluyente, queda abierta una línea reflexiva para que el espectador alcance sus propias observaciones.
miércoles, 18 de abril de 2012
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